lunes, 13 de junio de 2011

Muerte de un desconocido.

Alguien dejó de respirar. Y yo no puedo dormir. No hay relación causal ni de ninguna otra naturaleza en esto, pero el pensamiento se me ha, si no avivado, inquietado de una manera inusual. Hace muy poco recibí las noticias de que murió brutalmente atropellado el amigo de un amigo. Es decir, potencialmente un amigo mío también, a quien nunca conocí, a quien nunca conoceré. Un joven creador cuyos pecados probablemente no había confesado antes del fatídico incidente. Una persona que quizá estaba destinada a un millón de cosas extraordinarias. Alguien que trastocó la vida de algunos, iluminó la de otros y exaltó la de algún tercero. No sé a qué lugar su consciencia se dirije. No sé cuál habrá sido su último pensamiento. ¿Habrá la inmediatez de su muerte impedido que una fugaz imagen se haya cruzado por su cabeza? ¿Fue el impacto con el pavimento más rápido que la sinapsis de su pensamiento? La realidad viscosa ha tocado la puerta de una masa entera de familiares, amigos y, tal vez, enemigos que ven sus vidas interrumpidas por el sangriento hecho. La rutina se parte en mil añicos y se disuelve en un grito con trazos impresionistas que en este preciso instante resuena en los oídos, en los cabellos, en las retinas y en el completo ser de quienes lo amaban. Como el grito de una bestia poderosa y desesperada por destrozar vidas inocentes y culpables, no le importa. La muerte es ciega, pero cuando acesta su golpe no hay lugar para esperanzas. No hay hasta la fecha nadie que haya vuelto del más allá a darnos cuenta del estilo de muerte que se lleva en esas latitudes metafísicas. Y la egomanía me sugiere, en medio de toda la conmoción de mis amigos y el llanto de sus cercanos... ¿no es triste el hecho de que tú sigas normalmente con tu vida? ¿No es patético y absurdo el hecho de que mañana mismo a esta hora estés recurriendo a las mismas pornografías modernas para evadirte, malgastarte, vomitarte y finalmente compadecerte? ¿O acaso no es lo más lógico? El que ha muerto fue el amigo de mi amigo... no lo echarás de menos. Pero ¿no cambiará mi vida en algún microscópico grado de ahora en adelante? No. No hay forma poética ni intelectualmente armoniosa más perfecta para expresarlo que ésta: nacemos, vivimos, morimos. Unos antes que otros.

Un link que me abre una ventana a la tragedia máxima. Un pésame por facebook. Una nausea incontenible. Y mirando de soslayo un miedo grotesco de que la próxima noticia contenga el nombre de mis seres amados...

miércoles, 25 de mayo de 2011

A la memoria de una posesión material...

Pareciera que fue sólo ayer
Que en tu interior resonaban
Felices cuales pardillos
Las monedas que yo te echaba.

Por un descuido fatal
Por imperfección humana
Toda elegía es vana
Hoy yaces ahí putrefacta

Adiós querida bolsa de monedas...

miércoles, 4 de mayo de 2011

A una diosa que pasó a ser mujer y hoy no es nadie...

DESVELO XIV

¿Cuál de todos estos versos
Será de tus ojos digno?
No los mires, no los leas
Aún nonatos, los omito
Pues son breves en palabras
Y no hablan como el viento
Y de cuajo se han cortado
Y se quiebran cuando tiemblo.


Será porque reina el frío
O el desear yo ser tu manto
Me recorre de uña a pelo
Por ti, niña, este quebranto.


Yo soy simplemente humano
Y las cosas simples tiemblan
Si las rozas con tus manos
Y las miras con tus perlas
Por eso en este desvelo
Como en tantos otros, tantos
Te idolatro, letra a letra
Y me mato, llanto a llanto.

domingo, 10 de abril de 2011

Si Roland Barthes pudo hacerlo yo también:

::: Me gusta, no me gusta. :::

>Me gusta, no me gusta: esto en verdad no es de ninguna relevancia para nadie;
es absurdo al parecer. Y, empero, esto quiere decir: mi mente no es igual a la tuya.

Me gusta la música. No me gusta mi voz.
Sin embargo, me gustan más que nada las cosas quietas y calladas (me gustan las estatuas).
Me gusta lo arcaico, las casonas derruidas que el tiempo devora y mutila.
No me gusta el celular. No me gustan los autos. Me gustan los viajes largos en bus, en donde tu vida se ve de repente suspendida.
Me gusta asimismo caminar, a paso rápido, escuchando alguna canción que se adapte a mi ritmo. Me gusta hacerlo especialmente durante el otoño, que es cuando las calles se ven cubiertas por esa deliciosa alfombra.
No me gustan las personas pretensiosas. No me gustan los que dan cátedra en lo que no son expertos.
Me gustan las voces femeninas. Detesto la mía.
No me gustan las masas. Aborrezco los malls.
Me gustan los días en que ando inspirado. Me gusta aprender. Me gusta que los demás aprendan.
No me gusta improvisar un discurso en una celebración. Me gusta la cerveza más que el ron. Me gusta el idioma alemán.
Aún no sé... si me gusta la vida. Me gustan las vidas ficticias. Animé y literatura.
No me gusta pensar en el futuro. No me gusta...
Me gustan las repeticiones. Me gustan las repeticiones.
Me gusta lo lindo. No me gusta MTV.
No me gusta decir lo que pienso, sobre todo si me veo obligado a hacerlo.
Me gusta el pragmatismo. Me gustan las personas pragmáticas.
Me gustan las mujeres. Me gustan exageradamente las mujeres que se ven bien con lentes.
Me gusta buscar palabras al azar en un diccionario. Me gusta la psicología, pero no el psicoanálisis.
Me gusta ser joven. Me gustaría ser viejo. Pero tampoco quiero vivir tanto tiempo.
Odio la farándula, pero me gustan los traseros de las modelos.

Amo a mi mamá, pero me fastidian los mamones.
Me gustan las listas.

Aquí comienza el abuso, que obliga al otro a soportarme con mis gustos y disgustos, a permanecer callado y amable ante goces o rechazos que no comparte. (Una mosca me molesta y la mato: uno mata lo que le molesta. Si no hubiese matado la mosca, habría sido por puro liberalismo: soy liberal para no ser un asesino).

sábado, 27 de febrero de 2010

27 de Febrero

No había acabado de acomodarme en mi saco de dormir cuando la sacudida inicial alertó mis cinco sentidos en menos de una milésima de segundo. Esperé un angustioso instante para confirmar lo evidente: la casa se convulsionaba indefensa en medio del cisma subterráneo. Un ruido sordo y furioso tiranizaba el ambiente, como si mil caballos en salvaje estampida estuvieran pasando por encima de la rústica estructura del segundo piso en nuestra cabaña de arriendo en Pichilemu. Las piernas me impulsaron automáticamente y me precipité a alarmar a los demás que dormían a mi alrededor. El temblor, potente y aterrador, no cesaba de aullar en plena noche, fundiéndose con el bramido del mar que se encontraba peligrosamente cerca de nuestra locación. Mi padre reaccionó al instante y juntos comenzamos a dirigir a los pequeños en una improvisada operación Daisy. Horas después del incidente, aún me impresiona el hecho de que mi hermana no despertara con tanto jaleo. Bajamos presurosos. La oscuridad cegaba nuestras acciones, inducidas por el más básico instinto de supervivencia. Gemidos de angustia, suspiros de desconcierto.

Un terremoto en medio de la noche es algo que tan sólo un Hitchcock usaría como recurso fílmico. Tanteando penosamente el ambiente llegamos a los cuartos donde en calamitoso estado se encontraba mi abuela paterna, acompañada por una tía, su yerno, mi prima y el bebé de ambos, el cual dormía serenamente contrastando con la consternación que reinaba en aquel momento. Procuramos calmar a todo el mundo pronunciando frases anestésicas de las cuales no contábamos con la menor certidumbre. La casa tambaleando como una torre de cartas me hizo pensar en la extrema fragilidad de todo lo que consideramos un refugio en circunstancias en que lo descomunalmente poderoso se desata. Al asomarme a la calle el panorama, lejos de tranquilizarme, causó un corte transversal en el pilar de la cordura que aún no me abandonaba. Cual despavoridas hormigas, las personas corrían de un extremo a otro del pasaje, gritando nombres que se perdían en la batahola, ahogados por el ruido de los autos que en feroz carrera convergían desde todos los puntos de la ciudad hacia el único cerro que se veía a lo lejos. Ya fuera en bata, calzones o en boxers, nosotros, los atormentados, salimos al encuentro de la hecatombe en medio del frío nocturno; un terremoto nunca ha sido tan considerado como para enviarnos una tarjeta de presentación precisando la hora de su visita. De todos los fenómenos inconcebibles de la creación, es el que por naturaleza menos nos esperamos.

sábado, 30 de enero de 2010

Primeras impresiones (de un viaje en bus)


El camino se extiende largo y sinuoso, como torneadas piernas femeninas de marfil oscuro. Y un manto verde de pinos y otras especies arbóreas me rodean a mí y al grupo de pasajeros –tal vez cuarenta, tal vez menos- que la fortuna puso amontonados. Un cielo claro, limpio, en blanco como esta hoja hace un minuto, lo cubre todo a la redonda. Pasa un inspector pidiendo los pasajes y me interrumpe la escritura, nunca lo vi subirse, hace lo suyo y sigue. Ahora una mancha negra cruza  temerariamente la autopista 500 metros más allá. Creo que es una abuelita con una chupalla en mano. En escasos segundos pasamos por su lado. Confirmado, era una anciana encorvada con un cabro chico pegado a su cintura. En la tele que desde hace un tiempo ha invadido cada bus (fenómeno que algunos ministros aseguran se dará en las micros de todo el país), un negro y un chino se tiran balazos casi de frente pero sólo saltan chispas y nada de sangre. Y de pronto, tras una curva, un gigantesco cerro nos observa con tal majestuosidad y grandeza que de ser un ente vivo diría mis plegarias para no ser aplastado. Como si de su lengua se tratara, la carretera se pierde en su falda imponente. El inspector ya mencionado, terminada su tarea, desciende de la máquina y espera a que otra venga. Se suben más personas, todas desconocidas, por el infernal calor de afuera, cocidas.

Hago una pausa, pienso…

por largo rato, y siento…

como que en un bus la vida está en suspenso.

No es un acto de valentía, sólo un trámite diario, en el que todos los presentes son actores secundarios. Con sus formas, sus contornos, sus comidas, bolsas, bolsos; sus ronquidos, su fatiga, sus miradas ya perdidas; con todo eso y más condimentan este viaje sedentario. Ya pasamos por Chillán, ciudad de amor doloroso, el sol ahora no pega, las montañas a lo lejos, los árboles a un flanco, los vehículos de frente… y de repente, en un instante revelador, veo…

A la izquierda: una laguna, una planicie verde con un poste solitario, una antena albirroja a lo lejos, una choza apolillada, una iglesia de papel, un caballo negro, una casa en construcción –y ya pasamos la antena-, un rebaño de ovejas, los cerezos, una piedra…

         Al centro el conductor y su asistente, una comedia barata con pésimos actores, un lienzo largo y gris por el cual avanza el bus, un letrero que dice “ya casi llegamos”.

         A mi derecha, pasajeros, los vidrios ya empañados, alamedas milenarias (otra antena), gusanos monstruosos, estacas en la tierra, un puente augusto y oxidado, matas creciendo en anarquía natural.


        Mi vista se extravía, por allá en el horizonte, más allá de las vías, más allá de los montes, y los ojos van cediendo… hasta que el viaje se vuelve etéreo.
Tristeza y placer de los sentidos.

¿Por qué la persona afligida está más inclinada a abandonarse a los placeres de los sentidos? ¿Es el aturdimiento que producen lo que ella apetece? ¿O una necesidad de emoción a cualquier precio? – Sancho Panza dice: “Si los hombres sienten demasiado las tristezas, se vuelven bestias”.


Friedrich Nietzsche, Aforismos (de Fragmentos póstumos, 1877)

jueves, 31 de diciembre de 2009

2010


         Y pasó el 2009 dejándonos un enigma en nuestras mentes, las ideas de renovación en política y los balances de siempre. La espera tediosa pero refrescante en casa, mantel rojo, carne asada y un hiperventilado gritando estupideces eufóricamente por la Tv. El conteo, los abrazos, los fuegos artificiales desde el cerro. La reflexión solitaria en medio del griterío y el tumulto. La conciencia de estar vivo. Pasó el año y finalmente todo vuelve a ser claro. No más preguntas retóricas ni velos. Me siento como en la cima de la montaña desde la cual rodará mi roca de Sísifo para tener que ir a buscarla nuevamente. Y en ese rodar, en esa contemplación cíclica y meditabunda de mí mismo, me incinero, ceniza a ceniza, pero mi último hálito de vida  se encarga de reconstruirme, átomos, moléculas, carne y hueso. Y Mefistófeles me sonríe muy simpáticamente desde un rincón, pero sabe que no tomaré su demoníaca oferta. No aún. No mientras me siga resignando a no tener lo prohibido.

sábado, 30 de mayo de 2009

Eco del grito urbano.





Éste es mi grito sin rumbo
un grito ciego y acalambrado
que avanza y reclama, en vano
por más justicia en el mundo.


Por las esperas ilusas
por los niñitos del campo
por los poetas sin musas
por los borrachos sin manto.


Porque la leyes se omitan
porque caigan los magisterios
porque se acabe ya el tedio
por las gordas que vomitan.


Por los huérfanos encarcelados
por las nanas, los juniors, los flacos
los esclavos de las pastillas
los adictos y operarios.


A esos y a otros busca
mi grito sin destilar
con la certeza y angustia
de quien se va a suicidar

Mi grito partió ya hace mucho
y otros también lo gritaron
recorre las calles y olvida
el tiempo, el motivo, el recado.


La opresión mata y somete
ideas y amores sublimes
¡muera la opresión!
Que le inyecten
cianuro, amoníaco, jengibre.



Mi grito ya es eco sin vida
rebotando en paredes de cemento
y a nadie le ablanda el lamento
y a nadie le importa la herida.

viernes, 15 de mayo de 2009

Una breve descripción.





La desconocida está ahí, justo al frente, a escasos metros de mis pretensiones.
Me llamó la atención desde el preciso instante en que entré a la biblioteca: una mujer desconocida muy bonita en mi opinión. Su mirada es perspicaz y precedida de unos brillantes lentes. Usa calcetines graciosos, se come las uñas de vez en cuando...

Estudiando sin descanso, levanta su cabeza por influjo de mi mente, buscando alguna cosa; haciendo pausa simplemente, que se yo. Creo que me gusta. Parece intelectual. Sus ojos abstraídos en enredados apuntes se mueven sin parar y sin compás, pero ahora se recuesta sobre la mesa, extenuada. ¿Por qué habría de preguntarle su nombre? Prefiero consumirla en mi efusión contemplativa. Es lógico y mejor seguir incógnito en su vida. Sigo detenidamente cada uno de sus gestos. Se frota lo ojos. Se acomoda. Mira al techo. Advierto una madurez inhibida por su lozanía. Mis sentidos funcionando todos en pos de ella. Y me parece percibir sus palpitaciones. Tan lejana, tan distante. Es enternecedora… contrasta de la gente, combina con su ambiente ¿Qué edad tendrá? La respuesta un enigma. Sus manos son pálidas, diligentes… manos cinceladas. Me hundo en su fisonomía casi líquida mientras reposa en la madera… y pasa algo: la llaman al celular de repente. Hola. Sonríe. Conversa dos minutos y se echa nuevamente. Linda imagen de golondrina que proyecta. Y quiero protegerla, abrigarla de la anemia y sinrazón del mundo. Toma el libro del Código Civil y sigue leyendo. Reclinada su espalda forma 45 grados perfectos con la silla. Así, ajena a los vaivenes mudos del resto, me hace pensar en palabras poco usadas. La nuit, langue romance, la torre, veritas.



Es una niña hermosa, ya me tiene convencido.



Desde luego puede que se acerque y me diga: si me miras con esa insistencia, algo tendrás que decirme. Pero yo nada diría: ella es la desconocida. Y un deseo oculto en mí se devela: quisiera ver su clavícula izquierda. Pero no. Sé que no les gusta que las miren así, como un psicopático empedernido en descubrir algún retazo de su belleza casta y viva. No contengo el ímpetu y la observo. Tan reservada… tan maravillosamente desconocida. Podría inspirar eternamente a un potencial poeta…ella es musa y no lo sabe...



Se pone de pie exaltada y baja rauda las escaleras, dejando sus pertenencias, todas en la mesa. No estimo prudente quedarme a esperarla. Soy un observador tenaz y es preciso seguirla. Pero cuando llego abajo ya no está. Ya no hay nadie para poder mirar. Decepcionado de mi suerte salgo del lugar, sin rumbo, cabizbajo, buscando alguna forma de excitar mis sentidos. Y entonces tomo conciencia del espectáculo que me rodea: edificios altos de honorables fachadas, enredaderas invasoras y jardines fastuosos. Pero todo esto inerte y se derrumba sin motivo.



El día envejece. Mejor me busco otra cosa en qué pensar, ya que los contornos de aquel rostro yacen ahora en el fango del olvido.

miércoles, 15 de abril de 2009

Escritor indigno.





En la gran penuria de ideas que constituye mi vida, pocos artilugios he visto que no me hayan decepcionado. Más unos pocos, hoy declaro, son dignos de admirarse. Las montañas, la impresora, los jardines, la mirada de un sapo, libros, cosas, los garbanzos. Los placeres suculentos de los que abuso y a los cuales pertenezco son la fuente de las tristezas que gotean a ratos de mis dedos. Y éstos a su vez golpean el teclado, dando origen a morfemas sin sentido, sin motivo. A veces me auto-humillo y me pongo a lamer platos. ¡Soy tan sólo un pobre diablo! digo eso y salgo errante. Pero antes de perderme, recurro al comparativismo, el consuelo más pueril de mi mente ya madura. O si no al oscurantismo de lecturas desveladas.



Amanece un día bastardo, sin escarcha pero frío. Llega gente a mi puerta a pedir consejos o mandar recados. Me levanto rezongando y me pongo la bata carmesí desteñida. Al final les digo lo primero que se me ocurre y salen corriendo como energúmenos, y yo me pregunto si les habrá impactado lo que les dije o tan sólo es mi aspecto de bestia por las mañanas. Las mujeres de ojos llorosos pisan fuerte al caminar, más los hombres son endebles y arrastran los pies lacios, mustios. También llega un niño andrajoso con canciones que él escribe esperando mi aprobación. ¡Yo, el que más sabe de componer música! Lo espanto por su bien, pero vuelve al poco rato. El otro día, como si fuera poco, me llegó un viejo sinvergüenza vendiendo unas hojas laceradas asegurándome que eran del manuscrito perdido de Kafka... y eso llega a ser el colmo.



Leo para refugiarme de estos rigores inverosímiles, pero en lo alto de esta montaña ascética ya tengo soledad de sobra.Voy tomando la curva del círculo eterno en esta puesta en escena tan ridícula y carcomida. Escribo historias a medias... rimas incompletas. Así me vengo de la vida. Qué agradecidas estarán esas personas ficticias de no haberme conocido...

viernes, 6 de marzo de 2009

Simplemente asimilar.






Hubo un rato de silencio, y el viejo dijo: ¿Y de qué trata, prelados y señores, autoridades y lores, dioses y plebeyos; de qué trata la vida que nos tocó vivir sin previo aviso? ¿¿Acaso de suplir necesidades, creer en algo, buscar felicidad, guerras, delicias, bla, bla, bla??

¡Pero que desorientado me encuentro! - dice el hombre moderno. Yo voy más allá de eso. Más allá que la voluntad de poder o el encierro del salvaje. He llegado de a poco a la conclusión certera y obvia de que más que respirar y otras necesidades primarias, en la vida lo cardinal y necesario es – y antes de hablar contuvo unos segundos su débil respiración - : asimilar. Aceptar la certeza inmediata de la realidad continua. En esto, queridos amigos perdidos en dilemas shakespeareanos, reside el arte de sobrevivir. Desde lo más elemental e inconsciente (el hecho de que el fuego quema, el agua moja y los sordos no escuchan) hasta lo más oscuro y cuestionable (la luz al final del túnel, lo bello es bello porque sí y los pecadores se van al infierno); mucho antes de aplicar la duda metódica, la dialéctica y tanta otra cuestión que hemos aceptado como sacras, existe la asimilación de la existencia.

Más silencio. Y sin darle importancia a la mirada vacía que le propinaban esos ojos vidriosos continuó solemnemente:

… De nuestras cualidades y esencias, facultades y falencias. Asimilar el Todo como parte nuestra y a nosotros mismos como parte de él, pero emancipados del entramado complejísimo, superior a nuestra imaginación y fuerzas, que llamamos vida. Sea creyente o marxista, indigente o periodista, asimílelo todo en forma implacable y se dará cuenta de muchas cosas. Por lo menos en términos humanos… somos de profesión innata asimiladores.

Cuando el viejo terminó de hablar, todos se habían ido ya, y una viuda barría el recinto.

sábado, 28 de febrero de 2009

Marzo…





Se me agotó el tiempo. También la inspiración. Como imágenes cinematográficas pasan por mi mente los momentos felices en que descargué todo mi agobio y cansancio. Encuentros cercanos, pensamientos sombríos, palabras escritas o digeridas; miradas pasajeras, roces casi íntimos y una que otra lección se aglomeran en mi mente dando paso a un enternecedor vacío. El vacío que precede a la gran explosión especulativa y consecuente presión psicológica que corresponde a esta etapa.

Me explico. La realidad es, oh hermanos, que llegó el más temido de todos los meses, por no decir el más odiado, en una de las edades más críticas y hermosas por las que pasaré. Trato de conservar todos los consejos e instrucciones que se me han dado estos últimos 18 años de supervivencia. Reflejarlos es tarea difícil, pero no exenta de satisfacción. De un momento a otro me doy cuenta de que sin querer he estado esperando esto durante toda mi vida. Cada pálpito, respiro y pestañeo confluye hoy en una sola dirección forzosa y es como si todas mis capacidades y empeños se vieran recompensados y, contradictoriamente, castigados por las circunstancias actuales.

Es así como se cumple una ley fundamental que dicta que todo orden y ser corpóreo o amorfo, material o etéreo, carnal o espiritual, debe tomar conciente o no de ello un nuevo sentido y rumbo, es decir, cambiar. Y ya sea por la estructura formal que adoptan ciertos órdenes establecidos por la sociedad moderna o por simple corazonada que me invade, digo que hoy se desencadena en mí un cambio de magnitudes y alcances vitalmente trascendentales. Significativos no sólo para mí, sino también para una gran cantidad de gente que confía toda en que mis logros serán mayores que mis expectativas. Y este cambio tremendo, casi brutal, ¿en qué se manifiesta concretamente? Pues en un viaje físico y moral: hoy parto con mis pilchas a Concepción a recibir educación superior. Al fin llegó el día tan soñado e insospechado por mi mente infantil y otrora ocupada en fantasías y canciones trovadorescas. Hoy muere parte caduca de mí y al mismo tiempo renazco jovial y curioso a un mundo que sin duda no cuenta con las mismas protecciones y barreras de la educación básica y media. Soy así, sepulturero y obstreta de mi propio ser. Estoy justo en medio de un proceso de principios y finales imprecisos cuyo desenlace será la formación de un adulto hecho y derecho. Y aun estando al tanto y muy bien enterado de la evolución que estoy experimentando, apenas puedo creerlo. Sería un arrogante si no tuviera miedo. Miedo, nervios, expectación y locura comparten un lugar igualitario en mi alma hoy.

Y pienso… ¿cuánta creación artística he dejado de apreciar y crear? ¿Cuántos amores lunáticos e inocentes me he negado por el afán de esperar? ¿A cuántas cosas he perdido el miedo y a cuáles temo más? La caricia de una sensación melancólica me seduce a rememorar los segundos en que experimenté encandilado el sentimiento amoroso correspondido, seguido de abrupta clausura y total abandono. Los restos de ese amor despojado que me impulsaron a cometer acciones de desahogo muy poco naturales en mí, llegando a corromperme por completo, envileciendo la raíz de mi lozanía, convirtiéndome en un anacoreta de mí mismo... ¡cuántas risas y recuerdos hermosos se perdieron ahogados en un grito de catarsis y delirio explosivos! Delatores. Y luego opino acerca de la humanidad... ¡yo, que tan poco sé de ella! De la vida, del amor, del misticismo y la ciencia… ¿cuál es mi competencia frente a tan complejísimas materias? Espero vivir suficiente como para comprenderlas, pero no así tanto como para desilusionarme de ellas. Cuánto tiempo perdido en el ocio hueco y absurdo…. ¡cuánta alegría!

No quiero crecer ni seguir siendo un pendejo... tampoco me decido entre materialismo y metafísica…y a todo esto se suma el hecho de que mis acciones se dividen entre totalmente indignas, viciosas y completamente sanas e ideológicas. Mis cuestionamientos van en caída libre y el Ello de Freud se ríe de mí.Así he vivido estos 18 años, tal vez sin notarlo durante mi infancia feliz. Vivo permanentemente contradiciendo mi yo interior. Y ahora hay cambios de tan amplias consecuencias. El futuro se muestra cargado de situaciones y vaivenes, circunstancias y aspectos, relaciones y afectos, todo junto en una metafórica ensalada. Supongo que los demás que considero mis amigos están pasando por algo similar… y se dirán: llegó al fin Marzo...

Esto es lo último que escribo antes de que pase quizá que cosa… y no puedo evitar decir… que el mundo se apiade de nosotros...

miércoles, 31 de diciembre de 2008

Muerte del siniestro.



31 de Diciembre.



Hoy sucumbe el año siniestro, se va doliente, cansado, impotente. Se va como alondra que emigra, como pez que muere y en silencio se hunde en la profundidad cavernosa del olvido. Hoy muere algún político, con sus promesas, historias, premisas y agobios; pero a quién le importa…


Hoy pereció el amor dormido, parece que lo mataron a sangre fría. Seco, amarrado, iracundo de envidia, exhaló su último suspiro esperando de día. Fueron a verlo optimistas, la muerte, la lluvia, palabras, cenizas… pero ya en la noche sólo el opio le brindó compañía. E hizo de los primeros rayos de la alborada su mortaja.

Volaron furiosos corchos de champaña y petardos, hubo risas, abrazos, buenos deseos y arrumacos. Los desposeídos se retiran resignados para ver cómo los otros (y no ellos) comen extasiados. Comen, bailan, braman. Nadie esconde la pompa. Los bicharracos salen a hacer rondas…

Y así murió el año asesinado por la implacable daga del tiempo o que se yo; ya no importan los culpables, ni la muerte, ni el clamor. A estas alturas ya he entendido que la vida es así, y aunque me niegue a entenderla no podré escapar de su beso nefasto.

domingo, 16 de noviembre de 2008

La Plaza...







A veces frecuentaba esa plaza augusta y hermosa, aunque ya había perdido su encanto y su gloria. El soplo verdoso de los árboles nobles y foráneos me recibía plácidamente desde el primer momento en que ponía un pie en sus baldosas. Muchas de ellas, sueltas o ausentes, dejaban vacíos y deudas.


A pesar del suelo desnivelado y la rigidez de sus esculturas, el aire rejuvenecido y la monumental altura de las palmeras que la rodean le dan un delicioso ambiente de pureza y recogimiento. El cielo ocasionalmente se deja entrever, más allá del enmarañado techo de ramas, asomando alguna tímida nube que se pierde en un instante como todas las demás. Me gustaba invadirla en esos instantes en que el íntimo aire de soledad la dejaba completamente a merced de mis fantasías y pensamientos.


Al entornar los ojos y sin mucho esfuerzo, puedo distinguir entre los hilos crónicos que trenza la gente historias de mártires e idealistas que no fueron pescados. Se ven a lo lejos algunas almas en pena que han perdido el embeleso y se pasean extasiadas, en grupos de a cuatro, espantando a las palomas que no las ven, porque también están muertas.


Aparte de eso se ven otras menudencias, como un perro negro y triste que deambula medio cojo, un mendigo desgraciado cuyas ropas caducaron, una pareja de ancianos encogidos por los años, pero muy enamorados. Los faroles extinguidos cuya luz alguien robó dan más lástima y hastío que elegancia y esplendor. Un fraile sale de la catedral y bendice la mañana. Un limpiabotas mira su reflejo en el cuero reluciente de su cliente, un infeliz hombre de negocios, mientras éste lee las mentiras más recientes del diario oficialista. Un poeta busca la inspiración extraviada y se escandaliza al ver un ciego guiado por un joven que le describe el paisaje emitiendo las ironías.


Todo esto con un ligero tinte sepia que nubla la razón y libera la melancolía...


jueves, 23 de octubre de 2008

Mercadeo de carreras.





Una decisión que me sonó disparatada nos llevó a viajar a Santiago, la gran ciudad cosmopolita del país. Nunca he sido partidario de tomar decisiones tan aceleradas, pero el ímpetu del Lillo me convenció, y tras pedir la debida autorización partimos en un bus muy cómodo a la capital...


Hablando estupideces que sólo a dos mentes holgazanas como las nuestras podían ocurrírseles y describiendo lo que nos brindaba el hermoso (y en ocasiones) deplorable paisaje, se nos hizo corto el viaje. Nos recibió una mañana clara y amable, el viento soplaba rabioso, refrescando el aire del espantoso calor capitalino. Tomamos el metro del cual estamos tan orgullosos, enredados en una impresionante ensalada de gente que desde diversas ubicaciones tejía esa complejísima tela etérea que se deja al pasar con alegría, confusión, esperanza, perplejidad o ira. Uno no lo sabe, pero inconscientemente aspiramos el resto de todas esas sensaciones sofocantes, y de a poco nos extenuamos tan sólo por estar ahí. Indudablemente, es por esto que los santiaguinos tienen el cuerpo tan desvencijado, la espalda encorvada y el alma arrastrada. Pasamos algunas estaciones y, cuando ya me impacientaba, mi compañero divisó el gran letrero de bienvenida. Bajamos del andén y llegamos como atraídos por una fuerza sutil y promisoria, que despertaba la vista y enaltecía el espíritu. Sentí como me invadía una emoción excitante a medida que nos acercábamos...


Por primera vez cruzábamos el portal de una de las universidades más prestigiosas y grandes del país. Un Cristo de piedra inexpresivo pero acogedor, alzado a varios metros por encima de nuestras cabezas, nos recibió como en un abrazo al mundo universitario. El campus puede ser definido como un imperium im imperio, una polis completamente independiente dentro de la envilecida capital; todo un mundo lleno de verde, de mármol, de sapiencia escondida que chorrea cual savia del frondoso árbol del conocimiento en cada rincón. Cientos de almas jóvenes como las nuestras iban y venían ansiosas de recibir un poco de la sabiduría que irradiaba el ambiente. Encontramos muchas formas de alentar nuestros inocentes y un poco precarios sueños y ambiciones en la feria para postulantes. Con cada visión y muestra de la educación que en la institución se imparte notaba cómo un ser nuevo se gestaba en mi interior a partir de las esperanzas y posibilidades que se desprendían de todas esas maravillas. Mi intelecto se avivaba de manera inusual al acercarme a esas personas y ministerios ajenos a mi realidad. Tratamos de sacar el máximo provecho a la visita y sin embargo seguíamos con sed de más. Nunca antes una visión de mis mayores anhelos se había materializado a un nivel tan vivo y cercano.


Caía la noche y decidimos volver, reflexionando en lo extremadamente difícil que sería llegar a ingresar a esa universidad. Sin la necesidad de ser un profeta, pude, no obstante, prever que la idea de lograrlo tan sólo enriquecía el desarrollo de la gran farsa que estábamos viviendo en ese instante. Traté de no pensar en ello y de vuelta a casa me limité a distraerme con el panorama que nos ofrecía la carretera, siempre gris, serpenteante y extensa...


miércoles, 22 de octubre de 2008

Es abulia.






¡No puedo creer que esté tan aburrido!

Diversas sensaciones, motivos y circunstancias nos llevan a cometer una serie de actos a veces no premeditados. Los celos hacen matar, los mariscos en mal estado hacen enfermar al hambriento incauto y la estupidez hace gritar sin razón aparente al imbécil.

Pero… no es mi caso. El tedio, el cansancio y cierta exaltación misteriosa me empujan a plasmar un testimonio de los que han sido los días más fomes y absurdos que he vivido en la trivialidad de mi juventud. Algo pasó, un tornillo se soltó, o quizás me extravié en esos torbellinos de anárquica reflexión teórica que configuran mi mente y actos por determinados periodos de tiempo sin que lo sepa.

Sea cual sea la razón, no he logrado determinar el motivo exacto por el cual mi vida ha perdido el brillo que tenía tan de súbito. Creo que perdí por completo la inocencia infantil y la capacidad de maravillarme con las pequeñas delicias que adornaban los paisajes de mi diario vivir, y el asumir esta pérdida me ha convertido en un ser frío, pétreo y crítico de todo lo que percibe, si es que esta condición no la venía arrastrando de antes. No, no ha pasado nada en concreto a lo que pueda achacarse el origen de este mal, tampoco estoy triste ni decepcionado; es más bien un estado neutro, vacuo y soñoliento que me invadió mientras soñaba con que algo increíble sucedería…

El fluir del tiempo se ha entorpecido y atrofiado, el sinsentido se ha convertido en pan de cada día y todo placer se ha vuelto desabrido. Todo en un par de semanas. Veo solemnemente desde esta orilla cómo se suceden los acontecimientos inconexos, y trato de rescatar el sentido de todo, pero al final me agoto y prefiero dormir a ver si en una de esas tengo un sueño interesante, erótico, intenso; algo en lo que pensar el resto del día. La cosa es que pasó algo muy inoportuno esta mañana, inoportuno, por decir lo menos. Los viernes, antes hermosos y llenos de encanto desde el alba, ahora son igual de insípidos que cualquier otro día de la semana...

Amanezco rendido de antemano en mi lecho; abrumado y exhortado por el fatídico susurro de mi madre que me dice que se hace tarde. Me levanto y busco mi uniforme. Me lo pongo desganado y bajo las escaleras, pensando en una vía de escape para evitar el triste panorama de una mañana de clases especialmente aburrida. Tomo desayuno apresuradamente, sin disfrutarlo siquiera, y salgo por el portón con pasos arrastrados. Hace frío en las mañanas. Unas cuadras más allá compruebo con lamentación que la pila de mi preciado MP3 no se cargó durante la noche porque los huevones del 11 de septiembre se pitearon la luz de mi cuadra. Así no más es la cosa en este país –podría ser peor-. Sin música, sin motivación, me abrazo a la única idea que mi entumido ingenio pudo maquinar a esas horas de la mañana: hacer la cimarra. Feliz con este pensamiento, organizando en mi mente las cosas que haría durante todas las horas que tendría libres a mi disposición, encamino mis pasos hacia el desvío para llegar a casa de mi compadre Lillo.

Y entonces la vida, como burlándose de mí y de mis esporádicos anhelos, me sorprende inesperadamente: una camioneta blanca y grande se detiene repentinamente a mi lado y alguien desde su interior me hace señas. Reconozco tras el vidrio el rostro de la secretaria del colegio –una señora de cuarenta y tantos años-, quien me invitó a subir al vehículo para darme un aventón al establecimiento. ¡Súbase que va a llegar tarde! gritó ante mi perplejidad. Con secreta frustración me siento en la parte trasera agradeciendo el buen gesto de la señora. Saludo a la Norma, mi compañera, quien se embellece con su espejo y sin hallar nada de qué hablar, esbozo una sonrisa hueca y veo los demás autos con sus conductores emputecidos peleándose por la calle. Llegamos al colegio por fin. Me bajo. Camino. Pienso en cosas asfixiantes… tengo ganas de gritar, sólo por hacerlo. Un perro con una perra no pueden consumar el coito, pues una reja se interpone entre ambos. Sonrío: me recuerda a mi última desilusión amorosa.

Entro al colegio y miro con envidia cómo los cabros chicos corren disparados en varias direcciones con una energía que Dios sabe de dónde la sacan. Dan ganas de tener esa ingenuidad e ignorar los espantos de la vida adulta, tan llena de placebos. Llega el profe, nos hace pasar al salón; toca devocional (el colegio es religioso); oímos el mini sermón y tratamos de escuchar la delicada vocecita de la Norma que siempre tiene que mandarse una oración porque nadie más se atreve. Algunos, sin embargo, son descarados y escuchan música mientras dibujan o se sacan loros. Yo por mi parte pienso en cosas alucinantes como pinturas apocalípticas o explosiones nucleares. Me asombro de mi imaginación, y de nuevo, la abulia me posee tomando potestad de cada pensamiento y acto. Cierro los ojos, los abro, veo imágenes borrosas, los vuelvo a cerrar y otra semana se acaba al fin. Es como una pesadilla tan repetida que ya no me da susto.

Ahora hay ocasiones en que tengo la sabrosa oportunidad de echarle una mirada al trasero de mi compañera, cuando se pone ese apretado buzo del colegio, pero me siento mal por el favor que me hizo ese viernes. Lástima por la libido.



miércoles, 1 de octubre de 2008

Crónica de una prueba (anunciada)…




1 de Octubre.


Por arrogancia siempre me creí muy inteligente. Pero aquel fatídico martes quedó en evidencia lo contrario.



La prueba empezó hace rato. Todos están en plena actividad y yo, yo escribo en esta hoja de papel que no tiene nada que ver. No pude evitarlo...
Estando con las manos tapando mi cara y apoyando los codos sobre la mesa, tranquilo, como una monja rezando un Sanctus: Benedictus qui venit in nomine Dei, se me juntaron tantos pensamientos que me vi obligado a escribirlos. Echo un vistazo a mi alrededor: mis compañeros teclean sus calculadoras como máquinas, evocando en mi mente la imagen de un pájaro picoteando las tripas de un guarén. Reflexionan unos segundos, y se ponen a anotar el resultado. El proceso se repite sistemáticamente, sólo interrumpiéndose al sacarse los loros (los hombres) o al acomodarse la falda (las mujeres). El profesor se pasea por aquí y por allá y de vez en cuando se acerca a mi puesto, allá, al fondo de la sala, en ese lugar que huele mal. Entonces yo escondo esta hojita y finjo diligencia. Las preguntas se burlan de mi desconcierto e incapacidad cada vez que las miro. Los números no son mis amigos.


Y como no estudié, como no nací para esto, me empiezo a hacer preguntas idotas sobre el mundo o la vida misma. ¿Cuántos perros estarán pegados ahora en la calle?... trece. ¿Cuánta gente cae ahora desde un precipicio?.... ocho. Todos cayeron estrepitosamente y murieron en el acto. Pienso, ¿cómo es que la gravedad sigue impune?...Y tengo ganas de volar. En slow-motion, volar en mil pedazos y ser feliz, como dice la canción, tener la seriedad de un niño al jugar, evaporarme en sutiles pensamientos que terminen estilando en el césped de las horas. Quisiera leer el guión del día y cambiarle algunas cosas; el silencio, el mensaje oculto de las hojas. La erudición cuajada en alegorías eternas. Que nadie me entienda. Ser una hiena y carcajearme sin motivo del absurdo que a su vez se ríe de nosotros...


Muchos terminaron ya sus pruebas. Las entregan presurosos y vuelven aliviados. Entonces una voz gime en mi interior… no, en realidad es el Ureta quien me ofrece un papelito. Lo miro. Luego, pasmado, vuelvo a mirarlo a él. No entiendo, le digo, a lo que me responde: con esa fórmula podís resolver la prueba. Y como en una epifanía providencial, el cielo me ilumina para sacarme de la ceguera. Trato de resolver el primer ejercicio…. ¡¡y funciona!! Lástima que la campana suena tan sólo 30 segundos después de esta revelación...


viernes, 5 de septiembre de 2008

Acerca del blog...




Hoy fue mi cumpleaños. Ya soy mayor de edad. Ya me pueden condenar.
Ya no será la correccional…



Bien. Un blog cualquiera que nació por la necesidad de plasmar de forma virtual la individualidad de su propietario intelectual. Nada más.


Comentarios son bienvenidos.


Lo que sea, realmente no me importa. A la usanza de los directores de cine que salen mal criticados en Cannes: este es un blog para mí, nada más, no para el resto del mundo

Carlos F. Parra H.