viernes, 6 de marzo de 2009

Simplemente asimilar.






Hubo un rato de silencio, y el viejo dijo: ¿Y de qué trata, prelados y señores, autoridades y lores, dioses y plebeyos; de qué trata la vida que nos tocó vivir sin previo aviso? ¿¿Acaso de suplir necesidades, creer en algo, buscar felicidad, guerras, delicias, bla, bla, bla??

¡Pero que desorientado me encuentro! - dice el hombre moderno. Yo voy más allá de eso. Más allá que la voluntad de poder o el encierro del salvaje. He llegado de a poco a la conclusión certera y obvia de que más que respirar y otras necesidades primarias, en la vida lo cardinal y necesario es – y antes de hablar contuvo unos segundos su débil respiración - : asimilar. Aceptar la certeza inmediata de la realidad continua. En esto, queridos amigos perdidos en dilemas shakespeareanos, reside el arte de sobrevivir. Desde lo más elemental e inconsciente (el hecho de que el fuego quema, el agua moja y los sordos no escuchan) hasta lo más oscuro y cuestionable (la luz al final del túnel, lo bello es bello porque sí y los pecadores se van al infierno); mucho antes de aplicar la duda metódica, la dialéctica y tanta otra cuestión que hemos aceptado como sacras, existe la asimilación de la existencia.

Más silencio. Y sin darle importancia a la mirada vacía que le propinaban esos ojos vidriosos continuó solemnemente:

… De nuestras cualidades y esencias, facultades y falencias. Asimilar el Todo como parte nuestra y a nosotros mismos como parte de él, pero emancipados del entramado complejísimo, superior a nuestra imaginación y fuerzas, que llamamos vida. Sea creyente o marxista, indigente o periodista, asimílelo todo en forma implacable y se dará cuenta de muchas cosas. Por lo menos en términos humanos… somos de profesión innata asimiladores.

Cuando el viejo terminó de hablar, todos se habían ido ya, y una viuda barría el recinto.