miércoles, 15 de abril de 2009

Escritor indigno.





En la gran penuria de ideas que constituye mi vida, pocos artilugios he visto que no me hayan decepcionado. Más unos pocos, hoy declaro, son dignos de admirarse. Las montañas, la impresora, los jardines, la mirada de un sapo, libros, cosas, los garbanzos. Los placeres suculentos de los que abuso y a los cuales pertenezco son la fuente de las tristezas que gotean a ratos de mis dedos. Y éstos a su vez golpean el teclado, dando origen a morfemas sin sentido, sin motivo. A veces me auto-humillo y me pongo a lamer platos. ¡Soy tan sólo un pobre diablo! digo eso y salgo errante. Pero antes de perderme, recurro al comparativismo, el consuelo más pueril de mi mente ya madura. O si no al oscurantismo de lecturas desveladas.



Amanece un día bastardo, sin escarcha pero frío. Llega gente a mi puerta a pedir consejos o mandar recados. Me levanto rezongando y me pongo la bata carmesí desteñida. Al final les digo lo primero que se me ocurre y salen corriendo como energúmenos, y yo me pregunto si les habrá impactado lo que les dije o tan sólo es mi aspecto de bestia por las mañanas. Las mujeres de ojos llorosos pisan fuerte al caminar, más los hombres son endebles y arrastran los pies lacios, mustios. También llega un niño andrajoso con canciones que él escribe esperando mi aprobación. ¡Yo, el que más sabe de componer música! Lo espanto por su bien, pero vuelve al poco rato. El otro día, como si fuera poco, me llegó un viejo sinvergüenza vendiendo unas hojas laceradas asegurándome que eran del manuscrito perdido de Kafka... y eso llega a ser el colmo.



Leo para refugiarme de estos rigores inverosímiles, pero en lo alto de esta montaña ascética ya tengo soledad de sobra.Voy tomando la curva del círculo eterno en esta puesta en escena tan ridícula y carcomida. Escribo historias a medias... rimas incompletas. Así me vengo de la vida. Qué agradecidas estarán esas personas ficticias de no haberme conocido...